Por Verónica Villa
Vandana Shiva es autora, científica, activista y madre, como se describe en su página electrónica. Se inició en el ambientalismo con el movimiento eco-feminista Chipko, “Abrazadoras de árboles”, que evitaron importantes deforestaciones en Uttar Pradesh a inicios de los setentas. Como física, su especialidad son las variables ocultas de la teoría cuántica. Está involucrada en la defensa de la agricultura campesina en todo el mundo y en la crítica de tecnologías extremas que son fuente de negocio y no resuelven el fondo de los problemas climáticos, de hambre y pobreza. Vino a la Feria Internacional del Libro del Zócalo para dar una conferencia sobre los Derechos de la Tierra.
¿De qué hablamos cuando decimos que no se respetan los derechos de la Madre Tierra?
Hay que entender que los derechos de la Madre Tierra nos son abstractos, porque la Tierra no es abstracta. Es el fundamento de nuestra existencia y somos parte de ella. Las violaciones a los derechos de la Tierra comienzan principalmente al negar que está viva, y se originan con la Revolución Industrial y las revoluciones científicas que simplemente declararon con un plumazo que la naturaleza es una colección de partículas inertes y materias primas para ser explotadas, esa es la primera violación. Una vez que la declararon muerta, comienza a explotarse en formas que destruyen totalmente sus sistemas de reconstitución, renovación y sostenibilidad.
Yo me inicié a principios de los setenta, con el movimiento Chipko, en el que mujeres de mi región salieron a defender los bosques que nos protegen, que nos dan suelo, agua, y aire puro; y era la época en que la llamada “forestería científica” miraba los bosques como minas de tablones para ser extraídos, y las mujeres, que encabezan la subsistencia de los pueblos de los bosques, cambiaron ese paradigma.
En cada uno de los temas en los que he estado involucrada desde entonces el fondo es extraerle a la Tierra la riqueza de tal forma que los ecosistemas quedan destruidos. La sobre-explotación de los bosques deja inundaciones y sequías; la sobre-explotación de la fertilidad trae la desertificación, que es lo que provoca la agricultura industrial; la sobre-explotación de los combustibles fósiles, que la Tierra resguardó en sus entrañas, está destruyendo el ciclo del carbono y del nitrógeno y nos deja con el caos climático.
Así que cada aspecto de la crisis ecológica es resultado de algún tipo de extracción, y es una actitud que no conoce límites, porque hay tal reverencia a las herramientas y a las ganancias que a cualquiera que le demos una herramienta de pronto ya tiene todo el poder para destruir y enriquecerse con ello. En las manos de los poderosos, las herramientas y el desarrollo técnico sirven para destruir. Rompen los suelos, mutilan las comunidades, destruyen todo lo que los pueblos tienen, y eso hace que las violaciones a la Tierra se conviertan en violaciones a los derechos de la gente. No es casual que la mayoría de los asesinatos de activistas en el último año sean de defensores de la Tierra y los territorios. Esos activistas son vistos como una enorme amenaza al imperio económico basado en la explotación sin límites de la naturaleza, explotación que requiere destruir al mismo tiempo los derechos de la gente.
¿Cómo se utilizan las tecnologías extremas para agredir a la Tierra y a los pueblos, como en el caso de las manipulaciones del clima o los cultivos transgénicos?
Tanto las manipulaciones del clima, —lo que llamamos geoingeniería— como la ingeniería genética extrema, que manipula el genoma de las especies, vienen de una actitud arrogante. Quienes las desarrollan se sienten amos de la Tierra, que tienen todo bajo control, pese a que cada ejemplo previo de esta ciencia arrogante no ha dado los resultados que se esperaban: la Revolución Verde no funcionó, dejó a mi país en la ruina; los transgénicos, en vez de controlar las plagas, han creado súper malezas y súper pestes. La supuesta efectividad de estas tecnologías ha resultado en su contrario, de modo que con la edición genómica y las manipulaciones de geoingeniería no solo habrá fallas sino que sobrevendrán nuevos problemas. Hay científicos que ya reconocen que por cada manipulación en el nivel del genoma hay unos mil quinientos efectos no buscados.
Por años fui atacada por Monsanto, por denunciar lo que le hizo el algodón transgénico a mi país, India, incluyendo los suicidios en el cinturón algodonero. La variedad de algodón transgénico “BT”, junto con el cobro ilegal de regalías, las imprecisiones tecnológicas, la información falsa dada a los agricultores acerca de las condiciones necesarias para que el cultivo funcionara; todo el paquete de mentiras puso a los agricultores en crisis, y la crisis se forjó en torno a las mentiras sobre un cultivo “científico”, el algodón BT.
Fui atacada por mi lado activista, pero ahora hay científicos que están demostrando que la edición genómica y su nuevo producto, los impulsores genéticos, no son predecibles, que la ciencia que los sustenta no es definitiva y que tienen altísimos riesgos. ¿Quién está haciendo estas críticas? científicos puros, y también están siendo atacados.
El primer informe público sobre los impulsores genéticos fue de la DARPA, la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa, del ejército de Estados Unidos, que se dedica a desarrollar tecnologías para usos hostiles. Así que no estamos solamente ante una actitud reduccionista de la ciencia y la tecnología, sino ante una actitud militar. Es la misma mentalidad de exterminio que creó las armas de guerra química que luego se transformarían en insumos para la agricultura industrial. De cierta forma estamos regresando a los campos de concentración de Hitler, donde se programaba el exterminio. El informe de la DARPA plantea usar impulsores genéticos para terminar con el amaranto, considerado una maleza en los monocultivos de maíz de Estados Unidos.
Ahora, cuando hablamos de geoingeniería, tenemos que pensar de qué se trata el cambio climático. Es la alteración de los sistemas climáticos resultado de una contaminación extrema. ¿Qué hace la geoingeniería? Seguir el mismo camino de ignorancia, actuar sin conocer la complejidad de los sistemas planetarios, y pensar que se puede provocar un enfriamiento con aerosoles en los cielos, o vertiendo hierro en los océanos, especulando que la flora marina atrapará la contaminación y la arrastrará al fondo del mar; o los intentos inverosímiles por rebotar la luz del sol de vuelta a la estratósfera.
Hay varias razones por las que esto es un equívoco. No se reconoce la fragilidad en que se encuentran los complejos sistemas de la Tierra. El cambio climático se debe a la industria de los combustibles fósiles y a la industria agroquímica, (una cantidad enorme de los gases con efecto de invernadero están relacionados con la agricultura industrial), y en este contexto, elegir conscientemente el camino de incidir en los sistemas planetarios no es buena ciencia, es llana irresponsabilidad. La geoingeniería se trata de violentar sistemas que tendrán impactos en otros sistemas vitales, sin forma alguna de controlar las consecuencias o de señalar responsables, y eso en sí mismo es una violación a los derechos de la Tierra y los derechos humanos. Que se hayan desarrollado tecnologías que pueden salirse de control no significa que no podamos asignarle responsabilidad a quienes lo hicieron.
Por siglos nos han dicho que los campesinos y los pueblos indígenas desaparecerán. Sin embargo, hay procesos de recampesinización, de retorno a la tierra y lucha por derechos indígenas que contradicen todas las predicciones. ¿Cómo lo ves en el mundo?
Hay una disputa entre dos visiones del mundo: de un lado, la de los millonarios, las corporaciones, que aseguran que el futuro de la agricultura será sin campesinos. Tractores sin conductor, drones que supervisan, nuevas semillas transgénicas, a las que podrán agregarse cantidades cada vez mayores de “aditivos” (herbicidas, plaguicidas, fertilizantes); o lo que se conoce como agricultura digital. Estas son las visiones de quienes condujeron y se beneficiaron con la Revolución Verde. Básicamente, la Revolución Verde se inventó para vender agrotóxicos. Los cultivos se volvieron los cargadores de los agrotóxicos, fueron el pretexto para la venta de fertilizantes y más. En India intentaron venderlos sin semillas para pero no pudieron, entonces se pusieron a inventar las semillas híbridas que aguantaran dosis más grandes de herbicidas y plaguicidas, lo que llamo el “coctel de veneno” en el libro La violencia de la Revolución Verde. Este coctel de veneno condujo directamente a la segunda Revolución Verde, la de los cultivos transgénicos, y con esa misma lógica se está construyendo la visión de una agricultura sin campesinos. Y sus patrones esperan que el mundo se cruce de manos y lo acepte.
En el otro lado, somos testigos de una profunda conciencia de que necesitamos más gente en los territorios. Necesitamos un regreso a la tierra. En 1993, antes de la firma del GATT, organizamos una gran movilización internacional campesina en Brasil, un océano 500 mil campesinos, y con varios compañeros tuvimos una discusión fascinante sobre porqué al poder le preocupan los campesinos. Y dijimos, porque las comunidades campesinas resuelven su existencia independientemente, tal vez sean los últimos que hagan eso, en su labor con la tierra. Todos los demás tienen que vender o comprar algo para obtener algo. Los campesinos, si no han sido arrinconados por la agricultura industrial, son independientes, y el poder tiene miedo de esa libertad.
En India hasta hace poco teníamos el 70% de población en la tierra, a pesar de que gobierno tras gobierno han insistido en que debemos ser como Estados Unidos, con únicamente el 2% de la gente en el campo. El punto es que no hay lugar para ir, están aún en el campo, aunque la agricultura es cada vez menos viable por las perversiones de la economía globalizada. En Navdanya, nuestra organización, hay cada vez más personas que llegan de trabajos bien pagados, gente que viene de los bancos, de la industria, o la academia; quieren aprender a sembrar, así que no se trata solamente de que los campesinos han persistido a lo largo del tiempo, sino que cada vez hay más gente que quiere campesinizarse. Sabemos con certeza que en Europa y Norteamérica el creciente movimiento de agricultura orgánica lo encabezan mujeres que no eran campesinas, que han decidido que cuidar la Tierra y producir buena comida es el papel más importante que pueden tener en sus vidas.
Los campesinos que luchan contra el nuevo aeropuerto en México estuvieron aquí conmigo en la Feria del libro. Trini me regaló un pañuelo. La vez anterior que visité México ellos me llevaron a sus tierras. Y como física tengo una pregunta muy simple: ¿cuántas carreteras y aeropuertos más podemos construir, cuántos autos y camiones más vamos a poner en esas carreteras, cuántos aviones más pueden volar, mientras el planeta se colapsa por la contaminación de los motores? Y una de las absurdas soluciones que proponen para resolver esto es convertir los cultivos en combustibles, para alimentar a los motores de una manera “verde”, entonces ¿cuánta más hambre se creará? Creo que es extremadamente importante en este momento en que la humanidad está al filo del precipicio no seguir el camino que lleva a que los ricos sean más ricos. La velocidad ha servido para alienar a la gente. Quienes pueden, corren de aquí para allá, vuelan, buscando algo que pueden tener en sus hogares: una vida buena cuidando la Tierra y sus comunidades, volviéndose creativos.
Entre más se mida el desarrollo de una sociedad por el dinero y la velocidad, más profunda será la soledad interior. Tenemos que cuestionar esta condición humana que clama por más vuelos y más aeropuertos, porque la Tierra tiene límites (no hay nada como el crecimiento ilimitado, siempre ocurre a expensas de alguien más) y este crecimiento no está beneficiando ni siquiera a quienes usan los aviones. Yo nací en Dehra Dun, en un valle a orillas del Ganges, y absurdamente, ahora hay 12 vuelos diarios para quienes visitan los campos de meditación y yoga. Es urgente que evaluemos en qué punto nos encontramos como humanidad y como ciudadanos de la Tierra, y no usar medidas externas para saber quiénes somos.
Verónica Villa es investigadora en ETC Group
Publicado en desinformémonos.org, 27 de octubre de 2018